sábado, 4 de enero de 2014

Hecho en casa





A decir verdad no veo mucha televisión, mis métodos de entretenimiento son otros, quizá más o menos dañinos, quizá más o menos tecnológicos, pero que casi no la vea no quiere decir que no esté en sintonía con su sintonía.

Quien lleva un televisor a casa, debe tener la mínima noción de la responsabilidad que esto conlleva, y si hay niños, sugerir mínimo una divertida reunión familiar donde sea presentado con nombre y apellido el objeto en cuestión; para ser sinceros, lo normal es que no haya extraños en casa.

Allí hacemos a los niños, en casa, y así como los hacemos también los deshacemos. Pero no es el derecho ni el deber dejarle a los más pequeños la tarea de recrearse. Tienen todo el derecho de reír a mares y saltar cuanto puente imaginario se encuentren en el camino, pero, ¿desde cuándo un televisor es menester para la felicidad de nuestros pequeños? ¿Cuándo lo convertimos en niñera? ¿Porqué comienza a reemplazar nuestros almuerzos, meriendas, abrazos, tertulias?

Parece que la culpa entera fuera de la televisión.

Recuerdo haber llegado alguna vez a casa y preguntar si había alguien, silencio total, al llegar a la habitación un niño de primaria no atendía a mi voz, estaba absorto, los ojos fijos en la pantalla, su mente, imagino, siendo un personaje más de aquel programa, me asusté cuando tuve que pronunciar su nombre por cuarta vez. De inmediato apagué el televisor, literalmente fue como recobrarle la mirada, los oídos, el sentido de ser. En momentos así, deseas no tener en casa un objeto de éstos. Pero como semilla del Capitalismo, cual eficientes lo plantamos en nuestro hogar, desfigurando nuestros patrones y estandarizándolos; siendo nosotros mismos los que reforzamos la ideología dominante.

Es ésta una triste manera de entregar a nuestros hijos al sistema.

En El Libro de los Abrazos, Galeano dice: “Nosotros comemos emociones importadas como si fueran salchichas en lata, mientras los jóvenes hijos de la televisión, entrenados para contemplar la vida en lugar de hacerla, se encogen de hombros.” Si encaramos éste mensaje podríamos empezar a hacer el pan en casa como debe ser. También podríamos protestar contra la mala televisión y exigir la cultura que merecemos, pero, ¿cuántas latas de emociones hemos comido y la llenura no nos deja alzar la voz?

Entonces hagamos algo en casa con el hilo que ata nuestros ojos. Y si sucede que no vemos lo que estamos viendo y si lo que parece que está no está o si nada es lo que parece …

Está bien, estamos comenzando a pensar.

Y ya que pienso quiero preguntar:


¿El Capitalismo será televisado cuando muera?