Revolucionar es generar cambios profundos. Desde el momento en que pronunciamos la palabra revolución hasta el segundo en que la generamos, entendiendo el tiempo como significado relativo, le consignamos al verbo, a la acción, una construcción dialéctica. En ese impulso hacia la reacomodación de los códigos, Venezuela y los países de Nuestra América comienzan a conformar una configuración estratégica de unión latinoamericana, lo que Lenin alguna vez llamaría el “Internacionalismo proletario”.
Las condiciones actuales respecto a la economía de nuestro país, demanda que nuestro sistema deje de depender de la rentabilidad petrolera. Tenemos las mayores reservas mundiales, es verdad, pero ya conforme pasan los años nos hemos vuelto un país monoproductor cuyas importaciones no se equiparan con las exportaciones, sufrimos lo que metafóricamente sería un desangramiento de los recursos y del Capital. Las posibles soluciones de las que se habla desde hace rato, y que parecen ser desoídas, son dos; una: crear una Central Estatal Única de Importaciones (CEUI), propuesta generada por Manuel Sutherland, nacionalizando, además, el comercio exterior; y otra a largo plazo: la industrialización; que en el modelo nuestro significaría la transformación del sistema agrario y la incorporación de fábricas que se desarrollen dentro del campo de la industria pesada, con el propósito de generar la base material necesaria para la construcción del socialismo.
Para derrocar al sistema capitalista y sus nefastas relaciones de producción, entendemos, se hace necesaria la emancipación económica. La clave está ahí, en el cambio que se genera una vez que se reconfigura el modo de producción.
Para que esto ocurra es necesario hacer conciencia en el día a día para lograr dichas transformaciones.
El socialismo en nuestro país se instaurará de forma definitiva, cuando nuestra producción equipare a la del sistema capitalista a través de la unificación de los trabajadores del campo y se trascienda la propiedad individual. Cuando la misma sociedad consolide el trabajo de organizarse y generar dinámicas de producción y distribución colectivas que compita con el sistema opresor, expoliador y saqueador y demuestre su factibilidad en la práctica.
Una vez lograda la emancipación económica y que se potencie la misma, el deber es aliarnos con las fuerzas trabajadoras de otras naciones, es decir, aliados estratégicos. Que se genere una gran masa incorruptible de conciencia y de identidad colectiva, de empatía hacia los intereses de todos, primer rasgo para atarnos al eslabón que nos conducirá por la senda de la sociedad comunal. ¡Comuna o nada!, diría nuestro comandante Hugo Chávez.
La solidaridad surgirá de la senda en construcción de la hermandad de clases. Ya surgió el ejemplo de independencia en nuestra historia pasada y contemporánea, ahora la tarea consiste en hacerla cada día más real, para que sea repetida y ejemplificada en cada país de esta tierra, y así continuará germinando entre nosotros la semilla del nuevo orden. La construcción de la memoria colectiva que será imborrable una vez que nos afiancemos en la construcción del ser desde la acción. Cuando eso ocurra, podremos ver el fruto del árbol de la evolución, el hombre nuevo que se ha ido amasando en las lumbres del pensamiento de los juntos, del uno en todos haciéndose de la sintonía con la olvidada, la sabia madre tierra.
Entonces, habrán cesado las guerras y discordias, porque no habrá diferencias entre nosotros, y tendremos la paz, en definitiva, la victoria del socialismo por sobre los intereses imperiales.