El
valor de un árbol no se puede medir como se mide el de una puerta o un millar
de hojas de papel, de esas que en muchos casos terminan en la basura. Pero
resulta que para muchos un árbol es solo eso, materia convertible. Como en las
comiquitas, cuando ven un árbol lo deshojan, lo transforman y en un santiamén
lo que es pulmón de la vida pasa a ser un mueble u otro “bien material” y se le
coloca un precio y así hemos pasado siglos, deshaciendo lo que la naturaleza
nos dio para el buen vivir. El mundo en que vivimos es asediado por nosotros
mismos que curiosamente somos la única especie pensante que lo habita. Con el
curso del tiempo, vemos resquebrajarse la naturaleza; la armonía de las formas,
las entregas de verdaderos bienes, se transforman en talas, quemas; en fin, es
como quitarse el manjar y ni siquiera saberlo. El eco de pájaros al despuntar
la aurora o las imágenes que forman con su fuga hacia los nidos en el
crepúsculo, han pasado a ser referencias literarias. La dureza de la roca, la
paciencia del araguaney, por solo citar dos casos, son un cumulo de matices que
canjeamos por el silencio de paredes sombrías; es una ilusoria seguridad).
¿Cuántas
personas viven? ¿Cuántas disfrutan el regalo de la vida? ¿Cuántas ni siguiera
han logrado ver la belleza del alba? ¿Cuántos son los seres que deambulan por
avenidas sin atestiguar una escena de los animales que cruzar las ramas? El
hombre se encuentra en un círculo global, lleno de vicios obsoletos; no logran
desprenderse de ellos. Palabras como identidad, se pierden entre las fibras de
los cosméticos y los colores de las mansas telas de hoy: Alienación,
trivialidad, conformismo, son palabras ya tan comunes que parecen parte
de nuestras familias. Por eso urge despertar; porque si seguimos en el sueño de
los viejos hábitos de consumo, incluido entre ellos el cultural, terminaremos
comiendo plástico.
Una vez
un amigo me contó la manera en que se conquistaba las mujeres en su tiempo; una
de las tantas eran llevándoles serenatas, poniendo las fibras de la música en
sus ventanas. Entonces, si miramos de manera crítica cómo son las relaciones
amorosas hoy día, nos daremos cuenta que están siendo afectadas por un fantasma
que nos susurra al oído que debemos buscar alternativas, para no mirar hacia un
solo lugar, el lugar donde abundan, las marcas, y por lo cual también
somos mercancía. Las masas solo son vistas de esa manera. La superficialidad
suplanta nuestros valores; está probado que en los centros comerciales surge
una gran demanda de energía eléctrica, gracias al derroche que esas
instalaciones cometen a diario. Son factores que afectan nuestro medio
ambiente; son parte de lo que padece nuestro planeta; de ello se desprende el
Lamentable individualismo que pulula. El consumo nos hace egoístas. En un
encuentro de intelectuales que hubo en un país hermano, Cuba, se hablaba de la
paz y la preservación del medio ambiente. Asistieron 69 intelectuales de 21
países y entre sus tantas conversas, el Comandante Fidel Castro Ruz le preguntó
al periodista e intelectual Alemán Harri Grünber, si había en Alemania gas de
esquisto debajo de los yacimientos que antes fueron de carbón; el periodista
desconociendo ese gas, le pidió a Fidel que siguiera hablando. El líder
revolucionario le dijo que el gas de esquisto tiene un método de extracción por
fractura hidráulica que es sumamente contaminante y cancerígeno. Esto nos hace
pensar en en el momento que nos ha tocado, en la responsabilidad con la que
debemos asumir nuestras vidas. No tiene sentido ignorar que el egoísmo de unos
pocos causa la muerte a muchos. Solo una fuerza moral colectiva es capaz de
salvar el mundo. Ese es el llamado al que debe acudir la juventud; porque de
nosotros depende la protección de nuestra PACHAMAMÁ que en castellano quiere
decir madre tierra. Donde nos encontremos hay que crear un
estrecho compromiso y
fortalecer la unidad, ya que en ella está la victoria.