Hoy, cinco de marzo de 2014, me pesa confesar que
no guardo un particular recuerdo de Chávez. La gente se vuelve a veces tan
habitual que uno deja de mirar los detalles y al final, cuando ocurren sucesos
como lo ocurrido el pasado marzo, sólo se tiene una impresión, una opinión
general.
Chávez para Cuba, en Cuba, era habitual. Y yo,
viviendo mi vida, lo escuchaba, lo veía, pero hoy me pesa decir, me duele decir
que no me quedé con algo suyo, algo mío, de lo que pudiera escribir hoy y
fuera, digamos, especial.
Y pienso en esto porque me siento nada ante la
masa de pueblo que escucho diariamente hablar, contar sus recuerdos, sus
propios y particulares recuerdos de Chávez. Pero hay algo que llama mi
atención, una frase que se repite en casi todos y a pesar de eso, es única en
cada quien que la dice. Y es esa manera cálida de llamarlo “mi presidente”. No
hay nada más hermoso. Y casi me pasa lo de antes, el hábito de escucharlo iba a
hacer que perdiera lo especial de esa frase, la fuerza distinta que el “mi”
posesivo adquiere en un niño, un hombre viejo, o una mujer hermosa. “Esto lo
aprendimos de mi presidente” “fue gracias a mi presidente” “yo quiero ser como
mi presidente”. Me admira, pues no es la consigna que nos ordenan, es la voz
del pueblo que se apropia de un hombre, un bello secuestro que hacen los
venezolanos para seguir siendo más que una cédula, para que Chávez, allí donde
está, comprenda que siguen sensibles, observadores y fieles a sus orígenes como
él lo fue y enseñó.
Ayer un hombre me dijo: “Mi presidente trajo la
verdadera democracia” y yo volvía sobre la frase añorándola, queriéndola hacer
mía, pero no tengo ese derecho, aunque el pasado marzo lloré y lloramos los
cubanos con la noticia; no es mi presidente, pero yo entendí muchas cosas
cuando vi los ojos de Fidel mientras le cantaban Regreso del amigo, eran los
ojos de quien sabe qué se ha perdido en el mundo, pero de quien entiende que ni
tanto, cuando un pueblo renació y repite las palabras que Fidel y un pastor
evangélico le dijeran a Chávez: “Te exhorto a seguir”. Sé, honestamente, que no
se compara mi dolor con el del venezolano que pudo extender su mano y abrazar a
su presidente y sentir cómo sudaba con el pueblo, lloraba, se abrazaba a su
pueblo; pero me permito, al menos, honrar a quien sufrió y sintió el dolor de
la gente porque sabía que solo ese dolor, unido al amor que uno siente, daría
fuerzas para luchar mil años.
La verdadera democracia, dijo el hombre; mi
presidente, dijo, y contaba las atrocidades que antes se cometían en Venezuela,
y la rabia se le notaba en las arrugas y no lo dijo así pero era como si dijera
—reescribo las ideas de un poeta venezolano—, que en Venezuela había un
pájaro que tiritaba herido, ciego, remojado y que fue su presidente quien lo
puso a volar. Yo no tengo derechos pero Chávez que entregaba derechos a todos
me permitiría repetir que ese pájaro debe continuar su vuelo por siempre, que
solo es voluntad lo que necesitamos. Y hoy cinco de marzo de 2014, ya tengo, ya
me quedo algo suyo, y es el grito de: Atrevámonos, hagámoslo y el dulce y breve
mandato: Es necesario.